De princesas, mujeres e icebergs

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BeatrizMartinVidal

No solo me molesta el ataque continuo a los cuentos de hadas clásicos protagonizados por princesas, algunos de los cuales dan quinientas mil vueltas a más de uno actual, sino que esta animadversión hacia ellos me preocupa profundamente.

Defiendo que los clásicos ni están obsoletos, ni son perjudiciales, e insisto en que deberíamos guiarnos un poco más por la calidad literaria y no tanto por algunos supuestos valores a la hora de elegir un buen cuento para el público infantil.

La superficialidad de la que hacen gala aquellos que los demonizan, sin pararse a valorar el contenido en toda su dimensión, y lo que es aún peor, los que directamente aplican en ellos una mala censura desde la óptica adulta, llena de prejuicios y a años luz de la mentalidad infantil, pone de manifiesto el perfil de nuestra sociedad occidental, tan llena de contradicciones y tan tendente a la moral de quita y pon, adaptable a la conveniencia individual según las circunstancias.

Intento explicar mi punto de vista con la brevedad a la que me obliga una entrada de blog, pero dejo la puerta abierta, tanto al diálogo en la zona de comentarios, como a futuras reflexiones sobre este controvertido y complicado tema.

Cuando un niño lee, sabe que lo que tiene entre sus manos es pura fantasía y no obstante, de forma inconsciente busca en los libros, además de diversión, referentes aplicables a sí mismo que le sirvan de ejemplo para superar sus conflictos y miedos, desechando aquello que no le es útil e incorporando a su psique lo que sí le sirve; exactamente igual que hacemos los adultos cuando nos enfrentarnos a un texto.

Si el niño lee que la gente vuela, estará, tal vez, superado el miedo a separarse de sus padres. Cuando regrese a la realidad constatará que volar es pura fantasía para un ser humano, pero habrá obtenido un provecho inconsciente de esa lectura y se habrá fortalecido.

Si el cuento le cuenta que una mujer limpia la casa de unos enanos, es muy posible que aprenda el valor de la amistad, de la solidaridad y de la colaboración pero, además, al volver a la realidad constatará, de paso, que las mujeres, efectivamente, suelen limpiar las casas y cocinar. La culpa del modelo, entonces, a quién se la deberemos echar, ¿al cuento que ha leído o al ejemplo real que está recibiendo a diario?

¿Las princesas de los cuentos son de verdad las culpables de que las mujeres no hayamos podido todavía liberarnos del yugo de ser vistas, y lo que es peor, de vernos en muchos casos a nosotras mismas como muñecas pasivas, complacientes, inferiores, cursis y necesitadas de ser rescatadas por príncipes azules?

Pensar de ese modo es reducir al mínimo el problema y echar la culpa a lo más superficial, fácil e inmediato cuando, de hecho, es solo la punta del iceberg, porque seguimos alimentando la raíz del problema echando gasolina a ese fuego mientras intentamos apagarlo con dos gotas de agua escribiendo cuentos que reivindican, solo sobre el papel, la posición activa de la mujer en nuestra sociedad.

¿De verdad pretendemos cambiar la forma de pensar de los pequeños con una fantasía sobre princesas valientes que matan dragones y liberadas del príncipe mientras el modelo real que les ofrecemos es el de la mujer que tiene horror a las canas, a las arrugas, a tres quilos de más o que no aceptan su aspecto y lo cambia continuamente con cirugía para tener contento a su príncipe azul? ¿Acaso no somos conscientes de que son nuestros actos los que de verdad transmiten toneladas de actitudes machistas y que son estas actitudes la referencia real para los niños? ¿Renunciamos a la superficialidad e inutilidad de ciertas ataduras estéticas o sociales que nosotras mismas nos autoimponemos? Porque ese es, ciertamente, el mensaje que les estamos ofreciendo a nuestros hijos. Las denostadas princesas de los cuentos están hoy más vivas que nunca, reencarnadas en muchas de las mujeres que reprueban horrorizadas los cuentos tradicionales.

Podemos condenar al ostracismo a Blancanieves y a Cenicienta. Encerrar bajo siete llaves a Bella y a Rapunzel. Incluso podemos quemar de nuevo a todas las brujas en la misma hoguera que los cuentos clásicos, emulando Fahrenheit 451 y, seguidamente, dedicarnos a escribir sobre mujeres valientes, autónomas y liberadas, pero si la realidad nos sigue contradiciendo, será esta la que prevalecerá sobre la ficción y será ese el modelo y el ejmeplo que seguirán los más pequeños.

Mi punto de vista es que hay que fomentar la buena lectura para construir personalidades críticas; con nosotros mismos y con nuestro entorno, y, sobre todo, predicar con el ejemplo, para no ofrecer mensajes contradictorios. Porque es, precisamente, nuestro ejemplo lo que más educa. Leer es un además, que nos permite disfrutar al mismo tiempo que vamos creciendo y transformándonos como personas, tal y como ya reflexioné en anteriores entradas «¿Para qué sirven los cuentos?» y  «La aventura de la lectura; un viaje a nuestro yo»

6 Comentarios Agrega el tuyo

  1. A. Losa dice:

    En parte estoy de acuerdo con la incoherencia de esa caza de brujas sobre los clásicos y la falta de cambios reales en la sociedad que rodea al niño, pero también creo, bien lo sabes, que los cuentos sirven para mantener culturas, ideas y tradiciones (buenas y malas).
    No veo nada malo en Blancanieves si la lectura hace hincapié en la colaboración y no en la necesidad de encontrar un príncipe; si Cenicienta es víctima de abusos y aún así sale airosa, no por el príncipe, sino por la ayuda que recibe del Hada Madrina (mujer poderosa por otro lado)…
    Contarles a los niños historias de mujeres valientes y capaces, dueñas de sus sueños, no tiene tampoco nada de malo. Como no lo tiene poner en el centro del cuento a los humildes en vez de a los reyes. Los cuentos reflejan sociedades, y dan alas para cambiarlas.
    Este es un tema controvertido, como en todo hay una parte que es cierta y que afecta a la imagen que esos cuentos dan a las niñas de lo que es esperable y satisfactorio (léase un príncipe azul que me libre de todo mal) pero que haya quien supone que un niño no puede rebelarse contra esa imagen es muy triste (por no decir ridículo).
    Yo escribo cuentos desde una perspectiva diferente, no solo con respecto al papel de las princesas, si no de otros personajes (si las princesas salen escaldadas no quiero ni hablar del pobre lobo).
    Lo que dices sobre el ejemplo externo es muy importante; cuando yo era niña y leía que al lobo le abrían las tripas, sacaban a Caperucita y se las llenaban de piedras, a mí no me gustaba, porque no tenía nada que ver con lo que yo pensaba del lobo, que es un animal a proteger.
    Imagino que habrá niños que, cuando ven princesas anhelantes por amores que todo lo solucionan y ven a sus madres, que salen a trabajar, y/o que no tienen pareja (ni la necesitan en ese momento) les hará cortocircuito, como me pasaba a mí con el pobre lobo, porque están ante dos imágenes que no se corresponden.
    No creo que la solución pase por evitar los clásicos, ni por darles un giro extremista a conveniencia, pero creo que, como reflejo de la sociedad en la que se crean, los cuentos tienen derecho a contarse de otra manera, así es como han sobrevivido siglo tras siglo, sin perder de vista las versiones antiguas, como si fueran esas excavaciones en las que aparecen ruinas de tres épocas distintas y eso las hace más importantes.

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    1. Martes de cuento dice:

      No solo no tiene nada de malo contarles a los niños que hay mujeres valientes, capaces, fuertes e inteligentes, sino que debemos hacerlo. Debemos darles cuantos más modelos mejor. Sin censuras, sin pasar por el tamiz de la adultez llena de prejuicios. Sin quererlos hacer como nosotros queremos, sino para que ellos descubran como quieren ser.
      ¿O acaso no es tan malo imponer el modelo princesa a quien quiere ser astronauta, como el modelo heroína a la que quiere pasar su vida pintándose las uñas? Yo no quiero ser princesa, pero deberé respetar que otra quiera serlo. ¡No quiero un mundo uniforme! Quiero un mundo libre.
      ¿Y cómo consigo un mundo así? Bajo mi punto de vista, a partir de la educación.
      La clave está en leer. Leer mucho. Tener todos los modelos posibles: heroínas valientes, princesas enamoradas, brujas sabias, reinas malvadas, niñas perdidas, pintoras, cantantes, campesinas, locas, serias… Porque en todas ellas nos podemos descubrir y con todas ellas nos podemos ir construyendo.
      Porque lo que creo es que no hay que poner etiquetas a nadie ni demonizar a nadie, sino enseñar a ser uno mismo y a ser feliz con ello.
      Reitero, los cuentos son la punta del iceberg de un problema que tiene raíces mucho más profundas. Los cuentos no son el modelo más importante, porque los niños saben que son pura fantasía, pero la realidad es lo que viven a diario.
      Sé de una mujer supuestamente ilustrada, republicana, con estudios, que ha conocido mundo y muy, muy leída (según ella misma se vanagloria y afirma), que ha convertido su vida en la de una princesa operada esclava del físico y la apariencia y obsesionada con mirarse a su espejito mágico. Una mujer que, a imagen y semejanza de una barbie, ha usado su posición no para mejorar la condición de la mujer, sino para perpetuar ciertos estereotipos. Y lo más grave, la mayor parte de sus caprichos los paga con el dinero que le proporciona un país donde ser mujer está penado. Y es modelo para miles de personas, muchas de ellas mujeres.
      Tampoco hablaré de la primera dama del país más poderoso de la Tierra, cuyos habitantes perdieron la oportunidad democrática de elegir una líder menos mala que el que tienen ahora. ¿Los cuentos para reflejar la realidad actual hablarán de ella como la bruja Hillary que quiso apoderarse del reino de la dulce Melania, la sumisa? (todo y que aclaro que la primera no es santo de mi devoción, ya dice el refrán que «otros vendrán que bueno te harán»).
      Si ahora mismo escribiéramos cuentos reflejando la realidad social imperante (obviamente, no me refiero a honrosas minorías), las heroínas irían con tacones dolorosos, serían delgadísimas, pero con generosos pechos de silicona, botox en los labios, extra de maquillaje y perfume y lucharían por hallar el elixir de la eterna juventud en los botes de cremas milagrosas. Solo hace falta ver el modelo publicitario que nos ataca continuamente para saber qué mujer, supuestamente, triunfa.
      Si reescribiéramos la realidad de Blancanieves ahora, además de limpiar la casa, bajaría a la mina con los enanos a extraer piedras, haciendo jornada completa y cobrando menos que sus compañeros por el mismo trabajo.
      ¿Nos estamos engañando al querer cambiar la realidad contando cuentos que no reflejan del todo la realidad, sino que reflejan la realidad que quisiéramos tener?
      No sé si me expreso con total claridad, pero creo que, además de ser importante que contemos cuentos en positivo, debemos cambiar las cosas y no quedarnos en la pura anécdota.
      El cambio no pasa por disfrazar a Cenicienta de Pretty Woman, sino por convertirla en una mujer capaz de dirigir su propia vida.
      Seguramente, las que hemos leído Cenicienta, Blancanieves y demás clásicos, podemos entablar conversaciones como la presente y estamos más interesadas en cambiar de verdad y profundamente la sociedad y los estereotipos que las que atacan a las princesas, simplemente, porque «es lo que toca» 😉
      ¡Un beso y gracias por poner en marcha el debate!

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      1. A. Losa dice:

        De acuerdo contigo al 98%. Pero sí creo que los cuentos pueden hacer ver a los niños la posibilidad de alejarse del estereotipo de Barbie y la oportunidad de entender un mundo más igualitario. No es su única labor, por supuesto, por encima de todo está la de entretener y dejar evadir la mente, la parte imaginativa es fundamental en el desarrollo de adultos coherentes.

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        1. Martes de cuento dice:

          ¡Qué sí, qué sí¡ Yo misma los escribo, ya lo sabes 🙂 Y soy muy voltariana, 😂😂😂😂 creo firmemente en el cambio por el saber, pero cuando leo según qué cosas sobre los cuentos y según qué teorías… ¡Se me llevan los demonios! Será que soy viejuna 😂😂😂😂😂

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          1. A. Losa dice:

            Nada de eso creo que es un respeto por los que contaron cuentos antes que nosotras, y eso no hay que perderlo.

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            1. Martes de cuento dice:

              Compartiré contigo el próximo sacrilegio que encuentre y te dejaré espacio aquí para que digas la tuya en un artículo… ¡Creo que saldrán chispas! Color salmón —parecido al rosa—, eso sí 😀 😀 😀

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